lunes, 5 de marzo de 2018





SALUD ADOLESCENTE
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Algunos autores han examinado diversos aspectos de la salud adolescente, incluidos los riesgos para la salud. Por supuesto, hay algunas formas bastante obvias de riesgo sobre las que las personas jóvenes tienen poco control: crecer en la pobreza (DENNEHY y cols., 1997;ROKER, 1998); los efectos de la guerra y la condición de refugiado; ser convertido en víctima y recibir los malos tratos de los adultos; el hambre y la opresión política (GIBSON-KLINE, 1996).En diversas partes del mundo, todos estos factores pueden presentar riesgos de salud para las personas jóvenes.

HURRELMAN y LOSEL (1990) han propuesto, los comportamientos personales en la adolescencia pueden contribuir a la morbilidad y la mortalidad, de manera que el tabaco, la bebida, el uso de drogas y otras actividades peligrosas afectan a la salud de la persona joven.

Muchas personas jóvenes experimentan la transición a la edad adulta con relativa facilidad, pero algunas son obstaculizadas por fuerzas económicas y estructurales que hacen muy difícil su paso a la posición adulta. Otras tienen la desgracia de verse obligadas a afrontar demasiados retos para su autoestima y su identidad a la vez.

La preocupación adulta se ha centrado, en particular, en el uso de drogas y alcohol, el consumo de cigarrillos, la conducta sexual y la delincuencia. La mayor parte de estos comportamientos no serían alarmantes si se vieran en adultos, pero se percibe que son inapropiados para las personas en proceso de crecimiento.

El concepto de asunción de riesgos está mal definido. ¿Es parte de la estructura psicológica de la juventud —un estadio de búsqueda de emociones en la transición evolutiva— o un paso necesario para la adquisición de las destrezas y la autoestima adultas? ¿O es consecuencia de un impulso social o cultural de los adultos para marginar a la juventud, porque ven a los jóvenes, en su transición de niño controlable a adulto controlado, como origen de problemas y como una amenaza para la estabilidad de la comunidad?.

En primer lugar, hay comportamientos de búsqueda de emociones. Lo que distingue el comportamiento de búsqueda de emociones adolescente es una combinación de frecuencia (toman parte en estas actividades más a menudo que los adultos para ponerse a prueba a sí mismos y aprender) y recursos (tienen más acceso que los niños al dinero y al tiempo, y como resultado de su experiencia limitada, carecen de juicio de sus propias capacidades y el alcance del riesgo que están corriendo).

En segundo lugar, hay comportamientos de asunción de riesgos controlados por la audiencia. Para ser aceptados, encontrar un lugar en un grupo de compañeros y establecer una posición social, las personas tienen que demostrar algunas cualidades y capacidades. Los adultos limitan muchos comportamientos y actividades adolescentes, y desafiar normas es para muchos adolescentes un paso en el desarrollo de la independencia.

En tercer lugar, hay comportamientos de asunción de riesgos que son conductas irresponsables. No se realizan a causa del peligro que suponen, sino a pesar de él, para lograr otras metas deseadas. Estos comportamientos irresponsables demuestran la incapacidad de los individuos para ver las consecuencias a largo plazo o, si éstas son evidentes, su falta de disposición para abstenerse de estas actividades a causa de las ventajas a corto plazo percibidas.

CONSUMO DE CIGARRILLOS
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El consumo de cigarrillos se establece a menudo en la adolescencia y tiene consecuencias a largo plazo significativas desde el punto de vista de la morbilidad y la mortalidad en la edad adulta (HOLLAND y FITZSIMONS, 1991). Aproximadamente el 10% de los adolescentes de 11 a 15 años de edad es fumador regular, y ha habido pocos cambios durante los doce últimos años (DIAMOND y GODDARD, 1995).
Han observado que los adolescentes fumadores tienden a manifestar algunas características generales: tienen familiares y amigos que fuman; es más probable que procedan de familias monoparentales; pueden tener baja autoestima, menos confianza, más ansiedad y escasas aspiraciones educativas, y su tiempo de ocio lo pasan trabajando a media jornada o “yendo a sus lugares preferidos”.

Las intervenciones basadas en la escuela y dirigidas a reducir las tasas del consumo entre los adolescentes pueden mejorar el conocimiento, pero no influyen necesariamente en la conducta (NUTBEAM y cols., 1993). Los adolescentes tienen ya niveles altos de conocimiento sobre los riesgos que conlleva (MACFARLANE y cols., 1987; TURTLE y cols., 1997).

CONSUMO DE ALCOHOL
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En la sociedad actual, el consumo de alcohol entre los adolescentes es común. Las publicaciones sobre la adicción a la bebida en los jóvenes describen este comportamiento como parte del proceso de socialización del niño en adulto (por ejemplo, SHARP y LOWE, 1989). En Inglaterra y Gales, la mayoría de los adolescentes (el 82% de los chicos y el 77% de las chicas) ya ha consumido su primera bebida “propiamente dicha” a los 13 años de edad.

Aunque las consecuencias a largo plazo para la salud de ingerir regularmente grandes cantidades de alcohol se comprenden bien, a corto plazo hay también efectos para la salud y sociales derivados de la bebida infrecuente pero muy abundante. Por consiguiente, parte de los datos sobre “ebriedad” pueden ser en realidad más interesantes.

Los adolescentes pueden obtener alcohol con facilidad queriéndolo directamente. BALDING (1997) indica que aproximadamente una cuarta parte de los alumnos de 15 años comunicaba haberlo comprado en un supermercado o establecimiento de venta de bebidas alcohólicas para consumo externo la semana anterior, y un 10% lo había adquirido en un bar. Un estudio a mediados de la década de 1980 mostró que la mayor parte del consumo de alcohol de los jóvenes se hacía los fines de semana y, en relación con las cantidades, las chicas bebían menos que los chicos en todos los grupos de edad (MARSH y cols., 1986).

Para algunos, el alcohol había proporcionado una experiencia de “transformación” que les permitía trascender su ámbito perceptivo normal; para otros representaba un escape. Había algún indicio de que podían existir estadios en la manera de pensar de los jóvenes sobre la bebida: desde el consumo excesivo a una temprana edad, con pérdida de control, a los patrones “sensatos”, y la bebida según los propios “límites”. En ocasiones, los hermanos mayores o los amigos actuaban como consejeros, diciendo cómo debían beber o vigilando a los adolescentes menores en las fiestas. Las resacas y otros efectos molestos se aceptaban como parte del proceso de aprendizaje.

Para los jóvenes, beber es un medio de introducirse en un mundo de sensaciones más intensas. Sus razones para consumir alcohol —sociabilidad, descanso, compañía, excitación, etc, son las mismas que las de los adultos, y los jóvenes perciben esta conducta como su aceptación cada vez mayor en la “sociedad que bebe”. Lo que está claro es que la educación para la salud dirigida a los jóvenes sobre la cuestión del consumo de alcohol tiene que luchar contra los significados conferidos a estas actividades y los cambios fundamentales identificados tanto en los patrones de bebida como en sus razones para la embriaguez.

DROGAS ILEGALES
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Otra preocupación importante de la sociedad adulta es el uso inadecuado de drogas por los adolescentes. En un extenso estudio realizado en el noroeste de Inglaterra, PARKER y cols. (1998) examinaron a los jóvenes entre los 14 y los 18 años de edad, y los hallazgos indicaron un aumento en el uso del cannabis del 30% a los 14 años al casi 60% a los 18. Se utilizaban también otras drogas ilegales, aunque ni con mucho hasta el mismo punto. El éxtasis, por ejemplo, lo utiliza el 19% de los jóvenes de 18 años. La sociedad en general expresa una gran preocupación por ello.

La expresión de esta preocupación puede hacer realmente más peligroso y atractivo el consumo de drogas de los adolescentes. Puede hacerlo peligroso criminalizando las drogas “blandas” y, así, marcando y “estigmatizando” a los usuarios, y puede hacer atractivo su uso para algunos grupos al crear la emoción de la ilegalidad y un riesgo “controlado por la audiencia” (por ejemplo, HENDRY y KLOEP, 1996). A su vez, esta exposición excesiva, a menudo por los medios de comunicación de masas, hace difíciles para los adolescentes las campañas de prevención basadas en la información, reduciendo así la efectividad de las políticas de reducción de daño.

Los programas de prevención basados exclusivamente en dar información no parecen proporcionar cambios mensurables en el comportamiento (por ejemplo, ROBSON, 1996). ROKER y COLEMAN (1997) comunican los resultados de un estudio en el que se entrevistó a 2.100 jóvenes de 11 a 16 años de edad sobre la educación en drogas y la información sobre ellas. Estos indicaron que les gustaría recibir educación en drogas proporcionada por una persona con experiencia personal de drogas ilegales, y por recursos más confidenciales, como libros y folletos. Desde luego, hay gran insatisfacción con las ofertas actuales de los programas de educación para la salud (por ejemplo, SHUCKSMITH y HENDRY, 1998).

La mayor parte del uso de drogas entre los adolescentes es experimental y a corto plazo, sin que haya datos de daño o implicación apreciables a largo plazo. Sin embargo, se ha propuesto que la experimentación a una edad temprana y la frecuencia elevada de uso del cannabis se asocian con problemas de riesgo más alto (ROBSON, 1996). Por tanto, es importante que los planteamientos para los jóvenes sean sensibles a los significados que rodea su implicación y sus motivaciones para participar. Deberíamos intentar ver la situación desde la perspectiva del joven, y adoptar además un enfoque cultural y legal más amplio.

PREOCUPACIONES DE LOS JÓVENES
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¿Qué preocupa a los jóvenes?

Como hemos advertido, se considera generalmente que los adolescentes son una población sana a causa de su contacto relativamente bajo con los servicios de salud. Sin embargo, en un estudio escolar de adolescentes de 13 a 15 años de edad con cuestionarios realizados en 9 escuelas comprensivas de Londres, los jóvenes demostraron que sus preocupaciones de salud principales trataban del peso, el acné, la nutrición y el ejercicio (EPSTEIN y cols., 1989). Además, como varios estudios han mostrado, parece haber una necesidad no satisfecha de debatir el desarrollo sexual, las enfermedades de transmisión sexual y la anti concepción (véase, por ejemplo, SHUCKSMITH y HENDRY, 1998). Por lo general, se muestra que los adolescentes tienen menos interés en hablar sobre el tabaco, el alcohol o las drogas —todas las preocupaciones adultas— con los profesionales de la salud. Además, en una encuesta por correo realizada a jóvenes de 16 a 20 años registrados en una práctica general en el centro de Londres, el 30% de las chicas y el 15% de los chicos comunicaron que algo iba mal con su salud y, en particular, que tenían sobrepeso (BEWLEY y cols., 1984).

Estar en posesión de las destrezas básicas para “llevarse bien con otros” se veía como un componente esencial para un sentimiento de salud y bienestar. Se consideraba que pocos adultos apreciaban la naturaleza de las necesidades de los adolescentes de aprender estas destrezas sociales o la importancia de la tarea evolutiva implicada y, generalmente, que los adultos podían aprender a ser más empáticos con las preocupaciones de los jóvenes. Se recogieron más datos de las entrevistas acerca de la necesidad de educar sobre la depresión y otras enfermedades afectivas. Los jóvenes creían también que debían recibir una especie de “educación emocional”, que incluía aprender a afrontar la ira y comprender (es decir, reconocer) las emociones, los estados de ánimo y qué hacer con ellos, incluido abrirse paso por los problemas del dolor y la pérdida (PERSCHY, 1997).

LEWIN (1980) propuso que la posición social de los adolescentes, que no es la de los niños ni la de los adultos, es lo que contribuye a sus problemas emocionales y de comportamiento. Aunque puede haber períodos difíciles, que incluyen momentos de desesperación, confusión, soledad y dudas sobre sí mismos, la mayoría de los jóvenes afrontan estos sentimientos e intentan corregir las situaciones adversas que los causan (PLANCHEREL y BOLOGNINI, 1995).Se puede afirmar que el logro de las tareas evolutivas implicadas en la transición adolescente influye positivamente en la salud mental. KLEIBER y RICKARDS (1985) afirman que “el orden del día esencial de los adolescentes es establecerse como individuos con un sentido del yo y con alguna legitimidad, ejerciendo sus capacidades en expansión en aspectos que los hagan efectivos en la sociedad más amplía.” NuRMI (1997), en un excelente artículo que muestra las relaciones entre la definición de sí mismo y la salud mental auténtica, pone de relieve también este punto. Además, los factores externos desempeñan también su papel, ya que sobre el desarrollo influyen varios contextos diferentes, particularmente los contextos familiares y escolar, que se han encontrado asociados, junto con las características individuales, con riesgos de salud y de comportamiento (RESNICK y cols.,  1997).

SALUD MENTAL

La mayor parte de los problemas de salud mental diagnosticados tienen su comienzo en la adolescencia (KOSKY, 1992; D. STEINBERG, 1987). Generalmente, sin embargo, este período se puede ver como una época de adaptación a numerosos cambios y que proporciona oportunidades para el crecimiento y el desarrollo. la mayor parte de los problemas de salud mental diagnosticados tienen su comienzo en la adolescencia (KOSKY, 1992; D. STEINBERG, 1987). Generalmente, sin embargo, este período se puede ver como una época de adaptación a numerosos cambios y que proporciona oportunidades para el crecimiento y el desarrollo.

Tres tipos amplios de factores generadores de estrés se han asociado con problemas de salud mental en este grupo de edad (HODGSON y ABBASI, 1995). Incluyen: el estrés normal o normativo, como el cambio a una escuela nueva; el estrés no normativo grave, como, por ejemplo, el divorcio de los padres, y el estrés crónico grave, que se ejemplificaría por vivir en condiciones de pobreza seria.

DENNEHY y cols. (1997) escribieron que generalmente se asume que la salud mental cubre una amplia variedad de problemas, incluido el suicidio, la depresión y la esquizofrenia. Sin embargo, la salud mental se debería concebir como algo más que la simple ausencia de enfermedad mental (WILSON, 1995).Esto es particularmente significativo para los jóvenes, cuyo estado de salud mental depende esencialmente de su bienestar emocional, que a menudo se relaciona con el dominio de las relaciones interpersonales y el ambiente social, en lugar de tener sus orígenes en factores médicos o cognitivos. Se ha demostrado en numerosas ocasiones que la pobreza familiar, el desempleo y el trastorno psiquiátrico en los padres y la negligencia física y emocional tienen una influencia negativa sobre el desarrollo infantil y aumentan los riesgos de trastorno psiquiátrico y, particularmente, de trastorno disocial (GOODYER, 1994).

En los casos de intento de suicidio, las dificultades de relación parecen ser el problema citado con más frecuencia (HAWTONy cols., 1996), siendo también comunes el desempleo y el abuso de sustancias, especialmente en los varones (MACFARLANE y cols., 1987). Los que han intentado suicidarse corren significativamente más riesgo de morir finalmente por suicidio que el resto de la población (COLEMAN, 1996).El daño deliberado auto infligido se hace cada vez más común a partir de los 12 años de edad, siendo más extendido entre las muchachas (HAWTON y cols., 1996). Las razones para las diferencias de género pueden incluir la pubertad más temprana en las niñas, y que las muchachas jóvenes se enfrentan a esta edad a más problemas que los varones. Se considera también que los chicos tienen otros medios de expresar los problemas emocionales, incluido el comportamiento agresivo y la delincuencia (HAWTON y cols., 1996).

Ha habido poco cambio en la tasa de suicidio entre las mujeres durante el mismo período. Después de los accidentes, el suicidio es la segunda causa entre las más comunes de muerte en varones jóvenes, aunque es poco frecuente entre los muchachos menores de 15 años.

DEPORTES Y ACTIVIDADES FÍSICAS

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Los estilos de vida de los adolescentes que interesa a la sociedad adulta es la participación de éstos en la actividad física y el deporte. Hay una “caída” de la participación en los últimos años de la escolarización secundaria, particularmente cuando los jóvenes hacen la transición de la escuela hacia el trabajo, la formación laboral o la educación superior. Pasados los años escolares, la posición social de los jóvenes derivada de su categoría profesional produce claras diferencias en los niveles de salud y forma física (HENDRY y cols., 1993).

Los trabajos con jóvenes percibidos como “vulnerables” han utilizado a menudo el deporte y la aventura en al aire libre como mecanismos para aumentar la autoestima, desarrollar destrezas y fomentar las relaciones entre jóvenes y adultos (JEFFS y SMITH, 1990).Se supone que estableciendo retos en el nivel óptimo y superándolos, los jóvenes desarrollarán destrezas, autodisciplina y la capacidad para tomar las decisiones apropiadas, así como un sentido de responsabilidad y liderazgo. Estos retos, a su vez, los ayudarán en otros ámbitos de su vida. Actividades de aventura al aire libre como las caminatas por el monte, el montañismo, el piragüismo o el esquí se han utilizado así desde hace mucho tiempo (COTTERELL, 1996).

Por tanto, el deporte es una actividad que se aprueba socialmente y puede proporcionar autocontrol, búsqueda de sensaciones y aprobación de los iguales. Sin embargo, si el deporte se experimenta como la única manera de obtener la aceptación de los iguales, la aprobación de los adultos o ambos, el adolescente puede dedicarle demasiado tiempo y esfuerzo, descuidando otros logros, como las obligaciones académicas, o puede aumentar el “éxito” por engaños y medios ilegales, creando un “currículum oculto” en los deportes (por ejemplo, HENDRY, 1992).

Sin embargo, los deportes casuales orientados a la diversión pueden ser populares, especialmente con las mujeres jóvenes, cuando hay más enfoque en la sociabilidad, la diversión y ser competente más que en la competición. Por ejemplo, KLOEP (1998) encontró que la única actividad deportiva con participación creciente entre las chicas era bailar jazz. Por tanto, puede ser importante hacer hincapié en la idea del “deporte como ocio”, más que como una actividad competitiva y, especialmente para las chicas, como un vehículo para la interacción social y la diversión.


RECOMENDACIONES DE PELICULAS PARA REFORZAR EL TEMA

Requiem por sueño (2000, D. Aronofsky), describe varias adicciones (heroína, anfetaminas, concursos de tv, etc.). A pesar de la crudeza de algunas de sus imágenes es un material excelente para trabajar la prevención de las drogodependencias con grupos de adolescentes mayores ya que permite analizar el proceso de adicción y las consecuencias, a veces irreversibles, de la misma.

La torre de Suso (2007, T. Fernández), trata del alcoholismo social en un grupo de amigos, además sirve para analizar las relaciones entre padres e hijos, el compañerismo y la solidaridad.  A partir de esta película se pueden realizar propuestas didácticas sobre los efectos del alcohol, la respuesta ante la presión del grupo y la responsabilidad en diferentes tipos de relaciones.

Gordos (2009, D. Sánchez Arévalo). En este largometraje se analizan siete casos de obesidad. Es especialmente interesante el caso de una adolescente cuya obesidad es objeto de acoso por parte de sus compañeros de instituto y de su hermano gemelo.  Gordos sirve para analizar posibles causas y consecuencias de la obesidad en el desarrollo de la vida diaria.

Precious (2009, L. Daniels). La película narra la vida de una adolescente obesa, analfabeta y victima de violación por parte de su padre del que tiene dos hijos, uno con síndrome de Down. El visionado permite además de analizar aspectos de la alimentación, la capacidad de superación de Clarieece gracias a la ayuda su tutora y de una trabajadora social.


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